Martes de Murcof (un toque comercial…)





Llovía hacia arriba mientras las nubes fuliginosas irrumpían en la ciudad vacía. Entraban fulminantes por las ventanas de las casas, bajaban las escaleras del metro, mojaban la ropa de las tiendas, apagaban velas y fuegos. Envolvían el mar desenfrenado, escupían olas y peces muertos como una muestra de furia. Se disimularon los barrancos y se enmascararon las montañas tras una absoluta penumbra.

Cuando dejó de llover, pasaron los días y las noches, sin alboradas aquietadas ni tinieblas subterráneas. Un retumbo brusco remató al mes de junio. Fue cuando irrumpió aquella inquietante calma, cruda y ceremoniosa. El sonido en la ciudad había cesado. No había soles, no había lunas, tan solo un vaporoso albor bajo miles de estrellas borrosas. Nadie caminaba por las calles pisando charcos que mostraran la cuidad del revés. Tampoco había gatos.

Cuando el silencio se impacientó se trasfiguró en sombras, formas que desprendían verdades y mentiras, de la mano cogidas como la pasión y la ira. Las visiones eran alargadas como cuerpos con los brazos abatidos, oscureciendo la lobreguez nebulosa que se había adueñado de las ramblas, de los edificios, de las avenidas.
Mil calles dejadas, mil calzadas repletas de coches estancados. Silencio mortal. Vientos sin rumores, aire sigiloso que nadaba sobre el asfalto, impulsando bolsas de plástico y hojas secas. En ese momento empezó a sonar aquella música… Era Martes, un álbum que Murcof diseñó allá por dos mil dos, la canción Memoria cubrió el vacío inexorable de aquella ciudad sin substancia, los violines se transformaron en el eco del primer día. Electrorquesta perfilada de micro sonidos instrumentales de fina elegancia, sutiles como los besos de cristal. Un sabroso avant garde preciosista, invariable con mil caras, cauteloso y lleno de una sorprendente e insistida hermosa composición de imponente autoridad…Sesgo cognitivo o hecho, pero sin duda una imponencia.



Después fue Mármol, quizá no era de día pero una ligera luz sobrevolaba entre los edificios, haciendo centellear algunas ventanas. Aquella música sonó una y otra vez sin perdón, sin descanso. Las sombras se desplazaban elevadas hacia los tejados y se metían en las casas, se amplificaban sobre las paredes, sobre las aceras. El pulso del piano marcaba el delirio de aquel principio sin salida, aquel deshabitado segundo tiempo. Mármol se expresó en los escaparates y las lunas de los coches en forma de rayos inaudibles, azules y platas. Vibraban con la llegada de las cuerdas distantes. Los sonidos se rompían y se recomponían reapareciendo en pos y rebotando adelante, interferencias proactivas que mezclaban las opciones b con las que formaban parte de las opciones a, obstaculizadas por sus huellas inevitables. 




Si alguien hubiera estado escuchando Martes desde algún lugar hubiera pensado que el mundo para el hombre había terminado. Que aquel sonido era la música de la victoria, alegato musical impugnando a sus adversarios. Era la música de los desiertos, de las espinas y de los lagartos. De los bosques que nos son de los hombres. Sonaría la sinfonía de un glacial, de la sabana, de la aurora boreal. Entre los árboles Murcof tocaría el piano, el arpa, los violines y los sintetizadores maestros usando hasta el final de los tiempos el mismo acorde vestido de novedad entre sonidos del universo, del agua, de la luna, atados unos a otros formando un verso. Eterno, imperecedero. Pizzicatos y pausas emergentes pegadas a las paredes auditivas. Chicle y ventosa, una joya majestuosa…

En las afueras de la cuidad, dónde no hay rascacielos, dónde solo quedaban bloques de paja, permanecían los espantapájaros, las camionetas y los graneros sigilosos, crujía la madera mientras se arrastraba Céfiro abatido. Maíz etéreo se desplomaba sobre los cultivos secos, abandonados, con la magia ecléctica de Mo, acordes rotos en preciosos pedazos de metales cubiertos de carcajadas de cuerdas percutidas y con Mes quejidos de eléctrica para galápagos… vertebrales temas centrales de un álbum que se entrelaza místico, fantasmagórico, sinuoso. Piezas artesanas de un monumental yermo de sonidos minuciosos, celdas de una gran colmena colgada del árbol de la verdad. Cráneos fulgentes, cactus inculpados de provocación pasiva y esa armonía… acaparando el todo más absoluto. 


Mapas sonaba orgánica, arrancaba en un sótano de un edificio viejo. Lavadoras enmohecidas, ropas tiesas. Callejones subterráneos, gotas de agua sobre agua parada, lago muerto. Tuberías que trasportaban coros, resonancias emocionables y egregias que le daban al tema un cáliz de una dócil inundación vital. Es lo que le sucede al minimal más virtuoso, filigrana de carácter que carga miedo estrafalario, dominación insigne que rubrica con surrealismo de futuro la verdad de las conmociones que pueda llegar a causar la música a una posible ciudad vacía.

Mir se auto inculpaba con más cuerdas, esta vez crueles, y convertía en indicio el traspaso de poderes, cuando reaparecieron las bolas de luz. Estos temas con su extraña forma de trascender pueden hacer volar a los pensamientos que se han desahuciado, levantándolos y creando una masa indefensa que perdona porque no puede castigar cuando ya no hay nadie a quien culpar. Es destacable la soberanía de artistas como Murcof, gobernar un lugar como Martes debe ser motivo de la fruición más enaltecida contra los sinsabores de la vida.

Muim, todo menos una canción de saldo para alimentar a las masas… Usar la misma base para construir una obra dispar, auténtica y que permanece en mundos donde los años se unen con hilos perecederos y se pudren antes de tiempo, es ya una estatuilla. Podrían ser abejas, quizá cortocircuitos. Imágenes borrosas que esconden entre sedas un cuerpo húmedo, coros de placer. Muim es un tema complejo, con vida propia, que distribuye sus formas melodiosas a diferentes escalas, haciendo juego con las bolas luz… Y esa voz de fuego.

Martes es sensible como el algodón, oscuro como un hechizo y portentoso como el amanecer. No hay otro igual, no hay nada que perder. El ambient más sólido se engalana con sus mejores signos de agudeza, se dignifica con tanta astucia que se engrandece con un compositor del futuro, un Arvo Pärt postmodernista, un John Cage de nave espacial. Composiciones de sueños hechos de texturas, reiteración de una amenidad esclarecedora. La mano izquierda para sembrar misterio y sensaciones que se entrecruzan con la inquietud pretendida y la angustia plácida. Música para extraterrestres aclamada por los llamados críticos de la música de culto.

Unison fue la responsable de despedir aquel fenómeno. ¿Quién se iba a imaginar que sería el último en llegar antes de empezar otra vez…?



Amaneció, el silencio se desvaneció entre los sonidos de la aurora. Se escucharon unos pasos, un motor de un coche, unas voces a lo lejos, unas conversaciones y algunos porsiacasos. Una cabra cantó, una persiana, y ya empezaba a desdibujarse el encanto. Un silbido, varios gritos y un golpe. La imagen entró por una ventana y se asomó al calendario, era martes, otro martes legendario.

(P.S. Este martes ya estoy de vacaciones, voy a escribir en mi ciudad vacía. Gracias por leernos)


i.-

Comentarios

2SOLESMUSICA ha dicho que…
El universo Murcof es extraño, pero es también mágico, porque si apagas la luz, y te aislas puedes trasladarte a cualquier lugar con esta música, puedes inventar cualquier universo paralelo donde evadirte... bien por Murcof, bien por i.-
ADAM ha dicho que…
feliz vacaciones....las has ganado...y también hay gatos!

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