Mezzanine –Massive Attack?


Yoko observa los techos de la ciudad humeante, rebosada por los sonidos del atardecer. Sus pelos vuelan entre el aire como si contuvieran una savia imprevista en negro. Las luces empiezan a cobrar vida cuando la luna se afirma heredera de la bóveda del cielo, letreros de comercios, taxis y paneles publicitarios colorean la masa a sus pies. Los auriculares secuestran sus oídos. Se ha abstraído en un universo claustrofóbico e incorpóreo. Los primeros sonidos de Mezanine absorben con su asonancia, provocando cambios en la síntesis de los espacios interiores, y los de fuera también... Sacudiendo con los zapatos de charol el edificio de cien metros de altura bajo sus bragas delicadas, sobre su culo terso y tras sus pies brillantes.  Se permite arrastrar por los compases de niebla y humo.

Calmada y silbando igual que las rachas de aire, susurra en sus sentidos Angel de Massive Attack mientras sus dedos se enredan con los flecos de su minifalda. La fría mano de aire le acaricia con unas letras amor apasionado. Los muslos apretados contra el muro que la sujeta se lucen carnosos y helados, como un pastel. Tan solo oír la música que se mete por sus oídos, batería llena, le ha desnudado los secretos su soledad, ocultados entre las tinieblas del deseo. El poderoso sonido de extrañas dimensiones se proyecta en sus ojos, cangrejos negros, lanas de plástico azul, estrellas de agua cuajada, nieve en polvo y árboles de canela que alargan sus ramas hasta rozar sus pestañas escarchadas. Un soplo de aire furioso y la caída libre sería inminente, fulminante. Risingson, epopeya de sabores eléctricos, ambigua y eminente, se plasma en su interior como un tatuaje. Justo antes de saltar. Love you, love you, love you…


Teardrop se manifiesta igual que un fantasma enamorado que no ha sabido ascender y espera escondido tras la puerta de la alcoba a que Elisabeth apague la luz, la música se introduce en las paredes y le hace sentir que está atravesando la habitación ocupada de telas de araña, la casa de los pasillos eternos, amargos, espeluznantes y henchidos de elegancia emocional . Sobre las sábanas setenta y ocho pastillas y una botella de Martin Miller a medio beber. La chica se masturba antes de acabar, trayecto cubierto. Llega a una culminación prodigiosa cuando la canción grita por amor, distorsionada, brutal. Es entonces cuando Inertia creeps estalla en tambores y guitarras, los susurros plagan el disco de niebla. Los Massive han maquinado cadencias y tempos con la astucia de una sombra, cada pieza de la exposición de melodías se comprime de retoques omnipotentes, excepcionales y colmados de un sostenible ritmo sensual, libidinoso. Demonios bravucones se deslizan por debajo de la cama, con la polla dura, corriendo sobre fuego verde y golpeando después la puerta del último día.




Exchange es el sostén. La boca ya atiborrada, sujeta por unas manos sin turbaciones que chorrean ginebra de ricos. La música asciende como saliendo de otra habitación, ilustre y pausada, sin voces, no es necesario un mensaje hablado porque avanza rápido induciendo a pantomimas más pornográficas que sensoriales, punzadas de magia, nadie se pregunta si la canción se ha transformado en tacto por que sus manos te harían callar. Se tumba sobre los almohadones sacando la lengua. Ya viene. Haciendo gestos y vaciando la boca de saliva. Se abre de muslos y posa la otra mano sobre la cama. Cierra los ojos y mira hacia la ventana. Ya está aquí. Un cuervo enorme picotea sobre el cristal, la ventana cede y el pájaro de mal agüero entra abriendo sus alas posándose sobre el colchón. Ya llegó. La música se evapora y Elisabeth cierra sus ojos y dibuja una sonrisa en sus labios diciendo algo confuso. Love you, love you, love you…


Dissolved girl es un mantra rumoroso y apacible que suena en la terraza que espera sobre el acantilado. Un disco que cambia estrellas por los ojos que todo lo ven, que llegan hasta los árboles, hasta las orillas, hasta las olas bravas y frenéticas del fondo, donde la negrura… Baila la espuma, bailan las aguas. El rugido de las guitarras levanta las cortinas de los ventanales y las saca hacia fuera haciéndolas danzar también a ellas. El rito pérfido está en su momento crucial. Aquelarre o conjuro. Otra perversión siniestra para dar dentera a los moderados que después nunca los son. El joven efebo parece soñar con que aparenta escapar. El guía se lo impide, velas y estrellas en el suelo, cuernos de cabra y una daga resplandeciente. Unas nubes de madrugada de luna nueva se conmueven sobre ellos casi haciendo un remolino envolvente y sinuoso. Con impulso se adentra Man next door, arrastrada como por serpientes. Un tema así nunca podría pasar de moda, posee vida propia transferible que te atonta, te posee… Un búho ulula dentro de una jaula. Cánticos de huida, con un sampler de The Cure, una casualidad para la armonía de atmósfera cero.


El cuerpo delicado ha dejado de fingir luchar, gime y acaricia atado su piel aterciopelada, codiciada. No se le puede tocar, sus carnes son para el diablo, que está a punto de aparecer para llevárselo. Quebrada, Black milk hace más fácil el desenlace adormilando al adonis que empieza a desfallecer por la espera, junta y separa sus muslos y deja caer los brazos a los lados, mostrando su pecho. La canción que sujeta sus piernas se eleva. La llama de las velas asciende, rodeándoles por un dosel de fuego gris. El guía levanta sus brazos al firmamento. Mezzanine ecléctica y ardiente se entromete para asestar la puñalada.


Yoko ha saltado y cae fulminante, viendo las ventanas subir. Aunque la música sobrenatural frena la caída y le empuja a contonearse como si se hubiera largado la gravedad. Ella cierra los ojos y corea la letra de la canción: You fly as you watch your name go by… suspendida en el aire, se pega a una ventana, el vaho y sus manos, caricias sobre el cristal. Vértigo danzante. Un garrotazo de hedonismo insospechado la transforma igual que en una película de terror japonés. Ojos negros. Se quita la camiseta de Siouxsie, dejándola caer. Desde dentro, una anciana prepara una sopa, la mira y le saluda. Yoko piensa en el mar cuando se escurre al fondo. Se deja deslizar por el largo trayecto de espejos y una vez tocado suelo, empieza a correr calle arriba, dirigiéndose a la meta.


Elisabeth abre los ojos descolocada sobre la cama y desea con todas sus fuerzas nadar. Mira el reloj y se pregunta por los deseos que abandonó en el metro meses atrás. El cedé lanza la pista diez, Group four. No hay otra parecida por que la mayoría de las canciones del mundo son repetidas, pero esta no. Se pone unos vaqueros apretados y una camisa casi transparente, le va bien a sus pechos, ¿Por qué esconderlos?, coge la cartera y una mochila con bañador. Tira de la puerta y corre hasta la boca del metro. Sube el volumen de la canción escapista y avanza por la ciudad en forma de mil pájaros, haciendo temblar la noche, apagando las simplicidades de los días escondidas en las terrazas, arañando los vidrios, golpeando las hojas de los árboles en los parques, despertando los columpios. Invasores sonoros e incandescentes.


(Exchange) coquetea con la noche estrellada y morbosa. Ángel se quita la sábana blanca que le cubre medio cuerpo y pide a su amante penetrarle poniendo su mano sobre la entrada y mirando con los ojos de prueba, de pícaro inflamado. Mira las velas que les rodean y recuerda que la vida es frágil como la cera, es fácil desvanecerse, desparramarse. Pide al mago que termine con fuerza. Gritos en la terraza del acantilado. El diablo no sabe correr. Con las resonancias de la canción vampira, Ángel se levanta y camina hasta la playa, húmedo, invadido por ‘esa’ paz de los minutos después y empieza a correr hacía la orilla.

Nadie sabe de qué está hecho este álbum, no existen pautas ni procedimientos. Es un bloque de fantasía desconocida, una alucinación sorprendente para quien lo desnuda, un ensueño, una entelequia Aristotélica, donde danzan un hipogrifo y un centauro, son la esencia del ataque masivo… Los sonidos se entrecruzan, se penetran como los redondos y se enlazan convirtiéndolo en una extraña masa de emoción desconocida. Te paraliza porqué sabe mostrarse como algo paradójico. Puedes bailar lentamente y dejarte llevar por la complejidad de su estructura etérea  magistralmente dibujada.

Las voces de Horace Andy o Elisabeth Fraser, poseen una fuerza descontrolada, provocando los tonos y las formas más elegantes. Son tan delicadas, que no se pueden entender si no les pones la atención que de forma natural se desata al atender de cerca cada pista… Oírlo con intención puede cambiar la propia realidad, los designios, el deseo… Cuando suena Mezzanine, todo puede pasar. Bristol… ¿Dónde te has escondido?



Comentarios

Frankie Page ha dicho que…
Es tan preciso!!! que diferente son cada relato entre si, una sorpresa tras otra y las descripciones de cada pista muy acertadas, vivan los Ataques Masivos y este escritor tan enigmático y sexy!!! I love u, i love u, i love u, i love u......

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