Mezzanine –Massive Attack?
Calmada y silbando igual que las rachas de aire, susurra
en sus sentidos Angel de Massive Attack
mientras sus dedos se enredan con los flecos de su minifalda. La fría mano de
aire le acaricia con unas letras amor apasionado. Los muslos apretados contra
el muro que la sujeta se lucen carnosos y helados, como un pastel. Tan solo oír
la música que se mete por sus oídos, batería llena, le ha desnudado los
secretos su soledad, ocultados entre las tinieblas del deseo. El poderoso
sonido de extrañas dimensiones se proyecta en sus ojos, cangrejos negros, lanas
de plástico azul, estrellas de agua cuajada, nieve en polvo y árboles de canela
que alargan sus ramas hasta rozar sus pestañas escarchadas. Un soplo de aire
furioso y la caída libre sería inminente, fulminante. Risingson, epopeya de sabores eléctricos, ambigua y eminente, se
plasma en su interior como un tatuaje. Justo
antes de saltar. Love
you, love
you, love you…
Teardrop se
manifiesta igual que un fantasma enamorado que no ha sabido ascender y espera
escondido tras la puerta de la alcoba a que Elisabeth apague la luz, la música
se introduce en las paredes y le hace sentir que está atravesando la habitación
ocupada de telas de araña, la casa de los pasillos eternos, amargos,
espeluznantes y henchidos de elegancia emocional . Sobre las sábanas setenta y
ocho pastillas y una botella de Martin Miller a medio beber. La chica se
masturba antes de acabar, trayecto cubierto. Llega a una culminación prodigiosa
cuando la canción grita por amor, distorsionada, brutal. Es entonces cuando Inertia creeps estalla en tambores y
guitarras, los susurros plagan el disco de niebla. Los Massive han maquinado
cadencias y tempos con la astucia de una sombra, cada pieza de la exposición de
melodías se comprime de retoques omnipotentes, excepcionales y colmados de un
sostenible ritmo sensual, libidinoso. Demonios bravucones se deslizan por
debajo de la cama, con la polla dura, corriendo sobre fuego verde y golpeando
después la puerta del último día.
Exchange es el sostén. La boca ya atiborrada, sujeta por unas manos sin turbaciones que chorrean ginebra de ricos. La música asciende como saliendo de otra habitación, ilustre y pausada, sin voces, no es necesario un mensaje hablado porque avanza rápido induciendo a pantomimas más pornográficas que sensoriales, punzadas de magia, nadie se pregunta si la canción se ha transformado en tacto por que sus manos te harían callar. Se tumba sobre los almohadones sacando la lengua. Ya viene. Haciendo gestos y vaciando la boca de saliva. Se abre de muslos y posa la otra mano sobre la cama. Cierra los ojos y mira hacia la ventana. Ya está aquí. Un cuervo enorme picotea sobre el cristal, la ventana cede y el pájaro de mal agüero entra abriendo sus alas posándose sobre el colchón. Ya llegó. La música se evapora y Elisabeth cierra sus ojos y dibuja una sonrisa en sus labios diciendo algo confuso. Love you, love you, love you…
Dissolved girl es un mantra rumoroso y apacible que suena en la
terraza que espera sobre el acantilado. Un disco que cambia estrellas por los
ojos que todo lo ven, que llegan hasta los árboles, hasta las orillas, hasta
las olas bravas y frenéticas del fondo, donde la negrura… Baila la espuma,
bailan las aguas. El rugido de las guitarras levanta las cortinas de los
ventanales y las saca hacia fuera haciéndolas danzar también a ellas. El rito pérfido
está en su momento crucial. Aquelarre o conjuro. Otra perversión siniestra para
dar dentera a los moderados que después nunca los son. El joven efebo parece
soñar con que aparenta escapar. El guía se lo impide, velas y estrellas en el
suelo, cuernos de cabra y una daga resplandeciente. Unas nubes de madrugada de
luna nueva se conmueven sobre ellos casi haciendo un remolino envolvente y sinuoso.
Con impulso se adentra Man next door,
arrastrada como por serpientes. Un tema así nunca podría pasar de moda, posee
vida propia transferible que te atonta, te posee… Un búho ulula dentro de una
jaula. Cánticos de huida, con un sampler de The Cure, una casualidad para la
armonía de atmósfera cero.
El cuerpo delicado ha dejado de fingir luchar, gime
y acaricia atado su piel aterciopelada, codiciada. No se le puede tocar, sus
carnes son para el diablo, que está a punto de aparecer para llevárselo. Quebrada,
Black milk hace más fácil el
desenlace adormilando al adonis que empieza a desfallecer por la espera, junta
y separa sus muslos y deja caer los brazos a los lados, mostrando su pecho. La
canción que sujeta sus piernas se eleva. La llama de las velas asciende,
rodeándoles por un dosel de fuego gris. El guía levanta sus brazos al firmamento.
Mezzanine ecléctica y ardiente se
entromete para asestar la puñalada.
Yoko ha saltado y cae fulminante, viendo las
ventanas subir. Aunque la música sobrenatural frena la caída y le empuja a contonearse
como si se hubiera largado la gravedad. Ella cierra los ojos y corea la letra
de la canción: You fly as you watch your
name go by…
suspendida en el aire, se pega a una ventana, el vaho y sus manos, caricias
sobre el cristal. Vértigo danzante. Un garrotazo de hedonismo insospechado la
transforma igual que en una película de terror japonés. Ojos negros. Se quita
la camiseta de Siouxsie, dejándola caer. Desde dentro, una anciana prepara una
sopa, la mira y le saluda. Yoko piensa en el mar cuando se escurre al fondo. Se
deja deslizar por el largo trayecto de espejos y una vez tocado suelo, empieza
a correr calle arriba, dirigiéndose a la meta.
Elisabeth abre los ojos
descolocada sobre la cama y desea con todas sus fuerzas nadar. Mira el reloj
y se pregunta por los deseos que abandonó en el metro meses atrás. El cedé
lanza la pista diez, Group four. No
hay otra parecida por que la mayoría de las canciones del mundo son repetidas, pero
esta no. Se pone unos vaqueros apretados y una camisa casi transparente, le va
bien a sus pechos, ¿Por qué esconderlos?, coge la cartera y una mochila con
bañador. Tira de la puerta y corre hasta la boca del metro. Sube el volumen de
la canción escapista y avanza por la ciudad en forma de mil pájaros, haciendo
temblar la noche, apagando las simplicidades de los días escondidas en las
terrazas, arañando los vidrios, golpeando las hojas de los árboles en los parques,
despertando los columpios. Invasores sonoros e incandescentes.
(Exchange) coquetea con la noche estrellada y morbosa. Ángel
se quita la sábana blanca que le cubre medio cuerpo y pide a su amante
penetrarle poniendo su mano sobre la entrada y mirando con los ojos de prueba,
de pícaro inflamado. Mira las velas que les rodean y recuerda que la vida es
frágil como la cera, es fácil desvanecerse, desparramarse. Pide al mago que
termine con fuerza. Gritos en la terraza del acantilado. El diablo no sabe
correr. Con las resonancias de la canción vampira, Ángel se levanta y camina
hasta la playa, húmedo, invadido por ‘esa’ paz de los minutos después y empieza
a correr hacía la orilla.
Nadie
sabe de qué está hecho este álbum, no existen pautas ni procedimientos. Es un
bloque de fantasía desconocida, una alucinación sorprendente para quien lo desnuda,
un ensueño, una entelequia Aristotélica, donde danzan un hipogrifo y un
centauro, son la esencia del ataque masivo… Los sonidos se entrecruzan, se
penetran como los redondos y se enlazan convirtiéndolo en una extraña masa de
emoción desconocida. Te paraliza porqué sabe mostrarse como algo paradójico.
Puedes bailar lentamente y dejarte llevar por la complejidad de su estructura
etérea magistralmente dibujada.
Las
voces de Horace Andy o Elisabeth Fraser, poseen una fuerza descontrolada, provocando
los tonos y las formas más elegantes. Son tan delicadas, que no se pueden
entender si no les pones la atención que de forma natural se desata al atender
de cerca cada pista… Oírlo con intención puede cambiar la propia realidad, los designios,
el deseo… Cuando suena Mezzanine, todo puede pasar. Bristol… ¿Dónde te has
escondido?
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